"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Un Héroe local

UN HÉROE LOCAL. Jorge Muñoz Gallardo. Don Espíritu Santo fue un tipo formidable, un Hércules moderno. Claro que yo no lo conocí, lo que sé de él lo he oído de mi padre y de mis tíos, todos ellos cuentan sus hazañas que fueron muchas y muy conocidas en su pueblo natal, donde todavía se habla de él con entusiasmo porque se le tiene por un héroe local. Incluso, algunos vecinos han promovido una campaña destinada a reunir fondos para levantar un monumento en su recuerdo y honor. El que más sabe de él es mi tío Honorio, cuando nos juntamos los fines de semana, el tío nos cuenta pasajes de la vida de Don Espíritu Santo, en cuanto lo veo llegar salgo a recibirlo y le pido que nos repita esas anécdotas que él recuerda con tanta claridad y son el orgullo de la familia porque no cualquiera puede decir que en su pueblo natal había un vecino que se echaba un caballo al hombro y daba tres vueltas a la plaza con el bruto a cuesta. O, como ocurrió en cierta ocasión en que entró en el pueblo un toro furioso a todo galope, bramando como un trueno, y causó el espanto entre los habitantes que corrían a esconderse en sus casas, o a treparse en el primer árbol que hallaban a su paso, hasta que alguien gritó: ¡Busquen a don Espiritusanto! En cuanto fue avisado del toro, salió resueltamente al encuentro de la bestia. Cuando lo tuvo delante y el toro se le fue encima, con los ojos enrojecidos de rabia, lo cogió por los cuernos y lo obligó a inclinarse hasta tocar el polvo con el hocico, y retorciéndole el pescuezo como a un pollo, lo dejó muerto en tierra. En esa oportunidad el pueblo celebró una fiesta que duró una semana y en la que se bebieron mil litros de vino, de los cuales el héroe local se tragó en una sola noche treinta litros sin que le diera un solo hipo. ¡Viva Don Espiritusanto! La arenga se oía por todas partes, mientras se descorchaban las botellas, se alzaban los vasos y las jarras llenas de vino corrían por todos los rincones del pueblo. Pero, su mayor logro tuvo lugar una azul mañana de octubre, había llegado al pueblo un circo, la gran atracción era un levantador de pesas que conseguía levantar trescientos kilos y arrastrar una carreta cargada de sacos de papas, con los dientes. Enterado el dueño del circo de las hazañas de Don Espiritusanto, lo desafió a competir con su aguerrido pesista. La noticia corrió por el pueblo con la velocidad del viento, los vecinos más acaudalados cerraron filas con su Hércules local y se hicieron elevadas apuestas. Llegado el día del desafío, el circo estaba repleto, los que no pudieron entrar esperaban afuera gritando a todo pulmón el nombre de Don Espíritu Santo. Tal como los vecinos esperaban, el campeón local venció a su oponente en todas las pruebas. El dueño del circo se negó a pagar la apuesta, como estaba convenido. El alcalde le prohibió volver al pueblo y tuvo que salir entre una lluvia de tomates y los insultos de los airados vecinos. El levantador de pesas recibió una patada en el culo que le propinó Angelito Leiva, el repartidor de diarios, que salió corriendo a toda velocidad después de su temeraria acción. En cuanto al ilustre lugareño, que había humillado a su oponente, fue paseado en andas por un grupo de entusiastas vecinos, y el alcalde le hizo un homenaje público. ¡Viva don Espiritusanto, el verdadero campeón! Los gritos resonaron durante toda la noche. Sin embargo, lo que más se recuerda de los notables sucesos de Don Espíritu Santo, es su curiosa muerte. Él acostumbraba a caminar por las tardes, cuando el sol se alejaba y una suave brisa comenzaba a soplar. Esas caminatas podían durar un par de horas, y según él decía, le acomodaban el estómago y le ayudaban a dormir como un recién nacido. Fue precisamente, en una de esas jornadas, que al pasar bajo una encina, le cayó una bellota en la cabeza y se desplomó muerto, recién había cumplido los cuarenta y cinco años. La congoja popular fue enorme, todo el pueblo asistió a sus funerales, los discursos y expresiones de pesar se oyeron por las calles y las casas durante meses. En el diario local se publicó su vida y numerosas fotos del campeón en diversos momentos y situaciones. Montañas de flores adornan su tumba cada año, y nadie se explica su fallecimiento en circunstancias tan especiales. Unos decían que había sufrido un infarto justo en el momento en que la bellota golpeó su cráneo, de modo que la caída del fruto era una simple coincidencia. Otros afirmaban que los hombres dotados de esa fuerza sobrehumana viven poco. La partera que lo trajo al mundo juraba que había muerto de “mal de ojo”. Pero, mi tío Honorio tiene su propia teoría, él sostiene que al igual que Aquiles, Don Espíritu Santo tenía su punto débil justo en el centro de la cabeza, y al darle la bellota en ese punto vital le causó la muerte instantánea. Mi padre y otros tíos no comparten esa explicación. La opinión del tío Honorio me parece la mejor puesto que compara a nuestro campeón con un héroe mítico. El controvertido asunto es uno de los principales motivos de conversación en las reuniones familiares que se celebran en mi casa los fines de semana. Cuando la discusión alcanza cierto nivel el tío Honorio saca el viejo diario, amarillento y arrugado, lee algunos fragmentos, muestra las fotografías y el diálogo recupera el buen tono.

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